11 de octubre de 2011

ANA

Se llama Ana y es mi fan número uno. Al menos, eso dice ella.
Cuando era pequeña y lanzaba el diábolo por encima de los tejados de las casas de su pequeño pueblo natal, en Jaén, la llamaban “Ana Mari”. Muchos años más tarde, su madre siguió llamándola así … pero de eso hace ya mucho tiempo.
Aunque el acento andaluz se lo han borrado los años y la distancia, aún conserva la alegría y la frescura de la gente del sur, algo que no se pierde, creo yo, por muchos kilómetros que uno ponga de por medio.
Un día reímos tantísimo juntas, que nos flaquearon las fuerzas y la fruta que llevábamos en las bolsas de la compra salió rodando a lo largo del interminable pasillo de la galería comercial. Y allí nos quedamos las dos, con la risa contagiada, sin poder parar ni un instante a respirar. ¡Qué lejos fueron aquellas naranjas!
Ana es de esas mujeres que dejan huella, que pisan fuerte, que te hacen sentirte orgullosa de ser mujer. Es del tipo de personas que te hacen creer que se puede, que con esfuerzo y coraje uno consigue lo que se proponga, porque ella misma ha superado todos los retos a los que se ha enfrentado. Ana, sencillamente, le ha echado un pulso a la edad y a los años, y les está ganando la partida, una y otra vez.
Imagino que unas veces con admiración y otras con la envidia que despiertan este tipo de personas, están los que comentan que qué bien está para la edad que tiene, que qué bueno que tenga ganas de viajar y de hacer deporte, o que qué vitalidad después de haber vivido tantas experiencias. ¡No tienen ni idea!  Su aspecto no es más que el reflejo de su energía, una energía desbordante que te deja boquiabierto, sin aliento, y que te arrastra como un torbellino.
Es admirable su inquietud por aprender, por conocer, en el sentido más amplio de la palabra. Se emociona con la música, se conmueve con el arte y con la ciencia, y se estremece cuando se rodea de su familia y de la gente que quiere. Creo que la perspectiva de la edad y la experiencia le han enseñado a valorar todo lo bueno de la vida, y ha sabido aferrarse a ello sin complejos.
El otro día me mandó un e-mail, porque esto de las nuevas tecnologías tampoco le da ningún miedo. Decía que le encantaba mi blog, que cuando leía estas líneas le hacía sentirse un poco más feliz. ¡Si llego a saberlo, habría empezado antes a escribirlo!
No eres tú mi fan, mamá, sino yo la tuya.