1 de septiembre de 2011

BLANCO Y NEGRO

Aunque se titule “Blanco y negro”, este post no va de moda ni de tendencias, nada de eso. Este post va sobre la asombrosa capacidad que tenemos las mujeres para pasar del amor al odio en cuestión de segundos. Sobre nuestra pasmosa facilidad para pasar del blanco al negro sin reparar si quiera en que los grises, quizá, estén ahí para algo.
Sabéis ese momento en que, concentradísimas delante del escaparate de una zapatería, como si el mundo alrededor hubiera dejado de existir, de repente, las veis. Ahí están, son las botas de tu vida. ¡Madre mía, si son carísimas! Sin embargo, ese pequeño detalle ha pasado a mejor vida después de dos minutos combinando mentalmente lo monísimas que te quedarían con ese vestido que te compraste en las rebajas. Si amiga, estás perdida. Ya no hay nada que hacer.
Tratas de alejarte de ellas, paseas varias manzanas a la redonda diciéndote a ti misma que ya tienes muchos pares de zapatos, que realmente no te hacen falta, que no las necesitas,… pero es igual, ya se han grabado a fuego en tu retina, y…  ¡jo-der, son las botas de tu vida! Así que al final vas, te las pruebas y obviamente te las compras. Estaba cantao. ¡Es fantástico, ya las tienes! Buah, tus compañeras de trabajo morirán de envidia, ¡que se fastidien!.
Y ya está, amamos esas botas por encima de todo lo demás. Así somos. Las mujeres amamos esas pequeñas cosas, nos ilusionamos como niñas con trajes de princesa, con los pequeños detalles, con la propia cotidianeidad y a veces, por desgracia, también amamos con impaciente cabezonería.
El problema es que esos impulsos que se apoderan de nosotras y nos enamoran como quinceañeras, en ocasiones, pasan a ocupar el último lugar de nuestra lista de preferencias en un abrir y cerrar de ojos. Sin más, saltamos del blanco al negro y nos quedamos más anchas que largas. ¿Curioso no?
Apenas han pasado unas pocas semanas desde que te compraste “las botas de tu vida”, ¿las recuerdas? Si hombre, aquellas deslumbrantes botas con las que dejaste boquiabiertas a tus compis de la ofi… y que… por cierto… ¿qué habrá sido de ellas?

Corres a buscarlas al armario. Qué lástima, seguro que andan ya perdidas en el último rincón del zapatero, justo al lado de esas horribles sandalias que te compraste en aquel viaje a Benidorm y que no te has puesto en tu vida. Y.. ¡bingo! Allí están. “¿¡Por qué narices me compraría yo unas botas con este taconazo!?”.


4 comentarios: